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Apuntes de playa : En que se parecen una licuadora, un metegol y una mesa de pong pong

12 ene 2021

                                              


Bueno, en que las tres cosas en cuestión, me iban a traer una felicidad, de esas que a los diez años resultan inagotables. O al menos, dejando de lado la licuadora, la felicidad se iba a colar  por los ojos y la sonrisa de mis hijas, y de rebote me iba a dar como un ataque cardíaco masivo de alegría. En efecto, la mesa de ping pong y el metegol rindieron algo así como 40 minutos de carcajadas y excitación que se fueron diluyendo como una tarde en el campo y esa sensación de haber pasado mucho tiempo y de pronto ver el sol desaparecer a grandes pasos dejando una silueta rojiza, un fantasma fuera de foco detrás de los eucaliptos y como suele decirse "si los he visto no me acuerdo." Todos nos divertimos, no cabe duda de eso, pero fue distinto a lo que sentí, cuando finalmente mis papas, me dejaron plata, y me autorizaron a comprar mi primera pelota de voley. Ese día, me quedé sin brazos de tanto jugar, ni siquiera sentí la noche, porque después de la playa volvían mis amigos, los callejeros, y seguíamos jugando hasta la madrugada en la vereda, usando la pared que ponía limite entre los dúplex como red. Esa pelota de voley no duró más que un suspiro en las fauces de Lobo, un ovejero alemán, al que le temíamos porque justo apareció cerca de casa, en la época en la que abarrotamos el pequeño cine de Punta Mogotes para ver "Terminator" y ya saben, los ovejeros alemanes olían a los "terminator" y se comían las pelotas de voley. Fue cíclico, perdí 3 pelotas de voley en los dientes de Lobo y otras tantas en distintas circunstancias. En este acto, tengo una pelota de voley pero ya no siento lo mismo que entonces. Cuando uno tiene diez años el tiempo parece no pasar nunca,  las cosas se perciben con cierta magia, nada es lo que parece y todo, absolutamente todo se ve enorme, incluídos los perros, la promesa de una noche con niñera, películas de terror y milanesas con papas fritas es todo. El corazón se sale del cuerpo, los padres parecen no irse nunca...

Está sonando el teléfono y nadie tiene ganas de atender, es Rochi para saber si las nenas van a dormir con ella y Mica esta noche, me parece raro que Ani no me haya preguntado ( la mamá). En un rato le mando un whatsapp.

Vamos a poner las cosas en perspectiva, estoy siendo dura conmigo y con ellas. El Ipad sigue siendo para las dos tan irresistible como para mi la máquina en la que estoy escribiendo, con la diferencia que a mi me sobrecoge la nostalgia y me permito sacar rápidas conclusiones basadas en mi propia experiencia -insostenible- con la que ahora manejan ellas.

No hace mucho tiempo, escuché a un periodista decir con mucha razón, que cuando perdimos el Italpark,  un enorme parque de diversiones, los porteños perdimos nuestro espacio lúdico, nos volvimos amargos, histéricos sin un lugar mágico en el que desahogar todas nuestras frustraciones.

Buenos Aires, se quedó sin montaña rusa, sin tren fantasma, sin feria llena de premios, sin enormes osos de peluche, ordinarios tal vez, o extraordinarios para ojos de novia nueva de trece años.

Extraviamos el costado de los juegos, que no debería desaparece por ser adultos, simplemente cambiar. Hoy mientras jugaba al Metegol, me lucía haciendo golazos, pero la ansiedad para terminar el juego, era muy superior a las ganas de jugar, por qué ? para qué ? No lo sé, pero nunca tengo tiempo o ganas de jugar al Monopoly, a los dados, al Juego de la Vida, o Life como dice Caro, cuando antes lo único que quería hacer en la vida era comer papas fritas y jugar sin descanso hasta las dos de la mañana mínimo.

Me acabo de dar cuenta, que si éste no es el momento de recuperar las ganas a los juegos perdidos, no ha de haber otro momento, y mi problema está en no lograr disfrutar  de jugar como cuando tenía diez u once años, tres o cuatro qué más da.

 La Montaña rusa está para gritar los horrores del día,  un juego de dardos puede hacernos olvidar una pelea.  Extraño con toda el alma, a la persona que a pesar de conocerse el tren fantasma a punto tal de saber cual era el muñeco que seguía en el loco itinerario del coche, se asustaba cada vez como si fuese la primera.

Entonces, cómo voy a exigirles a dos pequeñas nenas, que jueguen siquiera, a las escondidas si solo meto la cabeza en mi máquina y las ignoro, y estoy muy cansada o tengo mucho trabajo ?. Cuando dibujo, inmediatamente las tengo alrededor dibujando, cómo van a deleitarse con esa parte lúdica de la vida, si yo reniego de ello como si fuera algo terriblemente aburrido ?.

Estoy convencida, que jugar es necesario para adultos y para chicos, subirse con ellos a una calesita, o un carrusel con tiempo, con ganas, sin apuros ni vértigo, con una sonrisa de esas, de aquellas, de antes y de ahora, eso demostraría incluso que no soy tan vieja sino que soy viejísima, y muy pero muy sabionda, listo lo dije...



 

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Cuentos de Hadas suburbanas . Todos los derechos reservados. © /Desarrollo: Maira Gall / Ilustraciones: Lau Rolfo