Páginas

Apenas

24 jul 2021

 








 Es lo primero que se le viene a la cabeza, un patio lleno de sol, que hace del piso, una intensa franja de luces doradas, incluso lo tiñe en algunas partes de amarillos que se superponen sobre el gris y otros colores que son los que realmente se corresponden con los de esa inmensidad de lugar. Esta  en el recreo, la espalda contra una pared, se mira el delantal que blanco contrasta con el dobladillo roto, que se esta abriendo de a poquito. No entiende mucho que debe hacer, es el segundo colegio por el que transita, con su metro veinte de estatura. Se le acercan otras nenas de su edad, entiende que para  que se queden con ella debe decir algo que la haga importante. Debe actuar con naturalidad, pero seducirlas. Es un entrenamiento que se aprendió para los constantes cambios de colegio, siguiendo a su mama, que por entonces ya era Directora de escuela "Mi mama estudia escribanía en la facultad mientras trabaja acá, se escucha decir", las nenas a  su alrededor se miran sorprendidas, no saben que es la facultad y la verdad que ella tampoco, pero en boca de su papa siempre parece algo importante. Cuando nota, que se desinteresan de lo que dice, saca un suceso radical de la galera de su corta historia de vida, algo sobre la muerte, su amuleto sobrenatural para la suerte. "Sabían que tenia una hermana mayor que se murió". "Se llamaba Maria Laura". Vuelven a rodearla, y cuando empiezan a preguntar sobre esa cosa morbosa que tiene la finitud de la vida, ya todo un evento de indisimulada atención para niñas de tan corta edad, suena el timbre, tienen  que volver a clase.


Ya entonces, se había dado cuenta que había una lider y una manada que la seguía. Pero ella quería que esa atencion se la prestaran a ella, quería el cortejo. Buscaba sin saberlo, que la quisieran. Lo otro que recuerda es que ya tenia  una estrategia para ganárselas en la cabeza. Puro instinto, no sabia de ajedrez, o de go (juego de tablero de estrategias para dos personas, que se origino en China 4000 años atrás).


Por otro lado se sentía rara siempre. Un bicho, alguien que nunca pertenecía, porque no terminaba de quedarse en ningún lugar. Entonces, en los recreos, comenzó a ignorarlas a todas, desaparecía por ahí, como diría hoy se hacia la interesante. De pronto dos de ellas la buscaron y le preguntaron por que no estaba con Andrea y el resto. Contesto que tenia mejores cosas que hacer, que se aburría con esa nena. Al día siguiente todas se habían transformado en eso que ella tanto quería, se reían, le preguntaban cosas, saltaban al elástico, jugaban al quemado entre los rayos de sol que atravesaban aquel patio, o a las escondidas. La pobre Andrea fue literalmente excluida del grupo. Isabel, nuestra protagonista, era en apariencia una pequeña salvaje que ya sabia como liderar una banda, obligaba al resto a abrazar con toda impunidad a una de las maestras mas queridas en el colegio, le decían la Vice, era una mujer enorme, con un peinado color oro, pegado a su cabeza como la ultima pieza de un rompecabezas, o encajado como pelo de muñequito playmobil. Sabia como maniobrar su pequeña mafia. Solo debían hacer un pequeño sacrificio, limpiarse la baba pegajosa de los besos que les daba. Y así obtenían lo que querían, porque la maestra las recordaba a todas por nombre y apellido, de modo que cualquier travesura, era displicentemente ignorada.


Todavia, años después, se pregunta como hizo Andrea para destituirla de aquel trono de capa mafiosa, manipuladora y hostil al mismo tiempo. Encantadora, fabuladora, cariñosa. 


Y sin embargo, una pequeña solitaria, una niña triste, que vivía en su casa llena de temor y broncoespasmos. Candida, humilde y con la necesidad de ayudar siempre a los otros. Todavía no sabia ni entendía que hacia o quien era, pero no faltaba mucho para que la domesticaran. Seguir a la manada, eso era en el fondo lo que deseaba, no ser notada, pasar desapercibida. Ya sabia, que en su casa, su familia distaba mucho de ser normal. Eso era su mayor ambición, la normalidad. Sin embargo muy dentro de ella, buscaba la mirada ajena, pero una que empalideciera estando con ella, destacar. Existia en su interior una inexplicable ambivalencia, que todavía le costaba comprender.


 Esos nueve años veían al mundo desde ese metro veinte, con miedo. Notaba que no era como las otras nenas que disfrutaban de todo sin pensárselo mucho. Quería ser como ellas y mas, pero la altura todavía no le permitía aprender a mirar. Apenas ver un horizonte lejano. 

No hay comentarios

Publicar un comentario

Cuentos de Hadas suburbanas . Todos los derechos reservados. © /Desarrollo: Maira Gall / Ilustraciones: Lau Rolfo