Páginas

Isabella, viernes sola...

12 feb 2021




Isabella había pasado una mala noche, se despertó llorando a las 4 de la mañana y recordó absolutamente toda la pesadilla. Nunca lo sintió tan vívido, pero tenía miedo de volver a dormir, tenía miedo de la gente que aparecía en el sueño, de lo que hacían y decían, necesitaba calmarse, estaba asustadísima, peor que la noche que soñó que su papa se moría. Buscó algo para tomar, mientras en la cama la más chica de la casa dormía pacíficamente. Fue a besar a su otra hija, no sabía por qué pero cuando se despertaba así, recorría las habitaciones como un fantasma verificando que las nenas estuvieran bien Entonces, regresó sin hacer ruido al  dormitorio, tomó su libro de Alice Munro y decidió pasarse al cuarto vacío de la pequeña para leer y olvidarse, entrar en la vida de otros y desaparecer de la suya.

Se durmió profundamente, como si la historia de la anciana perdida, hubiera exorcizado cualquier conjuro brujo que le impidiera dormir como un bebe. Hasta que la vida sonó a través del teléfono que retumbaba lejano, pero la insistencia cobró imagen y saltó de la cama como autómata, la empleada !!!!. "Hola señora, hubo un accidente fatal en Chacarita (que remate oportuno, justo frente al famoso cementerio) y los trenes no van a funcionar hasta dentro de tres horas", la notaba más afilada que un periodista, uno de esos noteros de los de la calle, no podía tener más detalle del accidente y el problema del transporte porque justamente los vehículos estaban colapsados. "Y si voy en colectivo, como tengo que tomar tres, llego después del mediodía". Isabella ni lo pensó, el día de alguna forma maravillosa le compensaba el mal sueño de la noche, estaba sonriendo, "No deja  no vengas hoy, no vale la pena"  ( le  fascinaba como muchas otras veces la idea de estar sola en casa). Bueno se arregla entonces señora?, siempre ! Te veo el lunes.

Y corrió a buscar la caja de fotos de sus abuelos, se iba a sentar en el piso con su café y sus tostadas a mirar el pasado, escudriñar entre los fragmentos de la vida de otras personas, que había conocido en el personaje de abuelos pero de los que prácticamente nada sabía. Se los veía siempre a caballo y sonriendo. Atrapados en aquella preciosa vida sin urgencias. Su papa con la edad de su hija ahora yendo a buscar a su hermana en un petiso. Marcelo (hoy exmarido), le está hablando pero no logra sacarla de su ensimismamiento, mientras reconoce a un tío abuelo a quien recordaba como un tipo severo y miserable, con un aliento tremendo, pura vejez saliendo de su boca, ahora joven, y buen mozo, más de lo que hubiera imaginado de esos hermanos. Recuerda una historia que le contaron sobre el mayor, alguien mandó matarlo por un ajuste de cuentas- Lorenzo - mira el reloj y el cuadro que retocó con una amiga artista plástica por pura cábala,  lo había pintado su tía abuela y lo asociaba a una mujer muy anciana, con un antecedente de terrible mala suerte porque nunca pudo tener hijos. Se detiene en su imagen -por primera vez la mira-, Angelita resultó ser una mujer hermosa, por lo menos linda escondida detrás de la podredumbre de un cuerpo casi muerto cuando iba a visitarlos a la casa de Belgrano entre 11 de Septiembre y Maure. Era un castillo para ella, lleno de cosas pura magia y hechizo. Había una fuente, millones de estatuas, un altar lleno de jazmines, una cocina y un comedor salidos de una película lujosa de los años treinta. Son las seis de la tarde, Marcelo (su exmarido al que ya dejó de prestarle atención hace rato, ese que nunca está, ese que hace una vida de soltero dentro de una casa con una mujer y dos nenas preciosas) le vuelve a hablar para mostrarle un desierto y decirle que la próxima carrera que van a correr es en el desierto de Fiambalá, en Catamarca. Un desierto como el de la  memoria  de Isabella que flojea, que mira y apenas recuerda el perfume a madera, el dulzor que se desprendía de la cocina, el altillo en el piso de arriba y la Palmera, que salvaron cuando la casa se vendió para hacer un edificio. Ahora la tiene su mama, se trajeron al menos el corazón de la casa. Marcelo insiste con el desierto, le muestra fotos pero no son como las de ella, porque no tienen historia ni corazón, no son misteriosos recuerdos de familia...


 

2 comentarios

  1. Hola! Preciosa entrada y el relato tan bien contada, gracias! Abrazosbuhos y buen finde semana.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mil gracias por pasar, darte una vuelta y dejar un comentario maravilloso

      Eliminar

Cuentos de Hadas suburbanas . Todos los derechos reservados. © /Desarrollo: Maira Gall / Ilustraciones: Lau Rolfo