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Isabella un par de años atrás...

16 feb 2021


 


Isabella, siempre quiso llegar a ser esa que ven ahí, lo fue y feliz durante mucho tiempo. Sabía sin embargo, que solo la endulzaban los elogios de los hombres que la rodeaban, pero su trabajo, aquello para lo que había estudiado, eso que su padre amaba, no era lo que había esperado.

 Se divirtió durante un tiempo, tenía muchos amigos y ella siempre fue incondicional con sus amigos incluso con extraños. Le pasaba que hasta los turistas la detectaban en medio de una multitud para preguntarle calles o direcciones, justo a ella que llegaba de memoria a todas partes. Pero ya se había dado cuenta que en realidad se había transformado en un  clishé, que iba cumpliendo inconcientemente una convención social. Una burguesita moderna, que sin embargo amaba su vida tranquila y a su familia, solo eso.

 Al principio, tuvo un jefe encantador. Tenía 77 años y a diferencia de los otros Jueces, no tenía objeciones a la hora de los expedientes que le tocaba decidir. Solo que su tranquila vejez no entendía de tecnología y computadoras.  Escribía a mano sus sentencias, que después ella se encargaba de pasar con paciencia y muchísima admiración. Cuando llegó a la Sala tenía 10 hijos y durante el tiempo que estuvo con ella, llegó holgado a los 50 nietos. Isabella lo adoraba, no la avergonzaba ni preguntarle por ejemplo, cuando cumplió los 80, por temas como la muerte. Ojo, lo hizo una vez que él le contó que ya no le quedaban casi amigos, uno de los últimos había fallecido ese día.

 Sonrío e Isabella tomó el pase, y le preguntó si no le tenia miedo a la muerte. La respuesta fue menos de lo que ella esperaba. Pensó que le iba a dar la pócima para mantenerse apartada de ese susto, por muchísimo tiempo. El bajó la cabeza, la miró un rato y le dijo : "Cuando llegas a mi edad, creo que el ser humano tiene un mecanismo de defensa de lo más natural, y no solo deja de asustarte la idea sino que simplemente pensas menos en ella, por lo menos mucho menos que a tu edad" y se empezó a reír a carcajadas.

Todos los días se iba a almorzar a casa con su esposa, Lita, diez años más joven que él. Y los miércoles, se encontraban en un bar y después iban al cine.  Una vez la llamaron en stéreo porque se habían confundido, cada uno esperaba al otro en un bar distinto, por suerte se encontraron en el cine.

Su casa, era una enorme mansión en Vicente López cerca de la quinta presidencial. Más de una vez la había invitado junto con el resto de sus compañeros, uno entraba, y por dentro solo se respiraba una profunda calidez, los dos ancianos hacían todo con una empleada doméstica que tenía la misma edad que ellos. Eran los mejores anfitriones a la hora de recibir gente en su casa. Era el perfecto caballero, sabía como hacer sentir bien a los demás.

Ella soñaba ser como ellos, envejecer como ellos. Es cierto había una cuota enorme de idealización. Su costado humano la sorprendía y la alegraba, no había que darle nunca demasiadas explicaciones, aparentemente lo comprendía todo. Aprendió todo de él. Se llamaba Romeo, era alto y seguramente un seductor elegante cuando joven, todavía lo era.  Se notaba allá por detrás de sus ojos una chispa de picardía, claro que le gustaban las mujeres, como a todos y se percibía que no se había perdido nada del mundo femenino. Pero respetaba mucho a su mujer. De hecho cuando necesitaba algo llamaba Lita a casa de Isabella, después se lo pasaba a él-era un riguroso protocolo, no estaba bien que él llamara directamente a su secretaria-, era de otra época, el no le hablaba nunca directamente por teléfono. 

Uno de sus hijos, en aquel entonces venía mucho a verlo, tenía mas o menos la edad de Isabella 30 años tal vez. Pero no tenía para nada su impronta, era más bajo, se lo notaba nervioso, preocupado, vulnerable. Eso le llamaba mucho la atención. Una mañana le avisaron que estuviera atenta porque aquel chico, estaba en coma, había sufrido un ACV.  No sabía que hacer, hasta que el viejo roble, entre lágrimas apareció, y se derrumbó llorando en sus brazos. Era pesado,  Isabella logró sentarlo, la angustia lo sobrecogía de una manera que nunca había visto en un hombre, estaba absolutamente desconsolado, y se culpaba una y otra vez de no haberse dado cuenta de la presión que sufría su hijo en el trabajo. Ya tenía 82 años. Isabella insistió para que volviera a casa, él no quería, pensaba que en el trabajo con todos ellos iba a estar mejor.  De todos modos estaba cerca del hijo, porque a la clínica llegaba en dos paradas de subte.

El hijo sobrevivió, pero quedó de por vida sin la posibilidad de moverse con esposa y tres hijos chiquitos. Se fueron a vivir con él. Así que un día se le apareció temprano, le dijo a Isabella que trajera lápiz y papel, que iban a redactar su renuncia, y ella sin poder evitarlo empezó a llorar, el cuerpo le temblaba y sabía que ese no era el trámite. Se lo explicó, le habló, pero supo que no lo iba a convencer y lo perdió.  Nada volvió a ser igual.

Cuando su papa murió, mucho tiempo después, y todo lo malo que era posible que le pasara también ocurrió, Romeo llamó y desde el teléfono se aferró a él como si su propio padre hubiera regresado de entre los muertos. Él le hablaba despacio, y ella se estiraba para guardarse en la cabeza cada una de sus palabras, se sintió una dramática, como siempre, por el sollozo que no mermaba.

 El Doc, como le decía ella, le explicó que apenas podía caminar  y que lamentaba no poder estar presente en el velatorio. Se moría de tristeza pero conservaba dignidad con un respetuoso silencio del otro lado de la línea, que más podía hacer tenía, casi 87 años, le agradeció colgó, y pensó que se sentía la persona más sola del mundo.

Esa tarde tomó todos los "zepan" que se encontró, no tanto como para dar; "hija loca de conocido personaje público es ingresada a una clínica con sobredosis antes de hacer frente a su entierro". Simplemente un par de comprimidos para mantener  una obligada tranquilidad, tenía que recibir a tanta gente en ese velatorio. Solo su hermana y su mama, estaban realmente ahí se daban cuenta de lo que estaba pasando en sus narices.

 Entonces se abrió la puerta y Romeo apareció a buscar a su Julieta, con un bastón acompañado por la fiel Lita que lo sostenía por el hombro. Ella se acercó corriendo y lo sostuvo también, el le paso una mano por la mejilla y le acarició la cabeza como si fuera una nena. Se acercaron al cajón y le habló  a su papa como siempre, lo retó le dijo que no debía morir él, que tenía que respetar los galones, que eso le pasaba por llevarle siempre la contra...

Después de ese día, fue como si una sombra se hubiese extendido sobre ciudad gótica, Isabella ya no supo distinguir la humanidad en la gente, y empezó a perder dirección. Se enfermó, y se recluyó en su mundo.

 Por un tiempo estuvo bien, pero un incidente, llevó a otro y agotó paciencia y bondad sincera. Ella siempre supo como sacar lo mejor de la gente, concebía el error como puramente humano, agradecía que lo confesaran porque la idea era arreglarlo rápido. Eso hacia que la gente no mintiera y tuviera la inquietud de aprender no solo a ser más responsable sino a distinguir con facilidad la tontería de aquello que efectivamente era apremiante resolver. En general, todo lo que no se entendía muy bien era apartado para otro día, semana, mes. Como Isabella sabía eso intentaba que ante cualquier duda le preguntaran sin sentirse avergonzados. Esa era su manera de encarar el trabajo.

 Pero había otra grupo que confundía esa amabilidad con el clásico "no es posible llevarse bien con todo el mundo", "Isabella hace lobby con el personal a propósito", es "demasiado blanda" " No puede ser funcionaria", mezclado con "Isabella me ayudas a tomar audiencia vos que sos más tranquila ", "que vaya Isabella a calmar al abogado que ella sabe como hacerlo", " Isabella andá a hablar vos con las chicas de mesa que sos la única que las puede tranquilizar y explicarles lo que se espera de ellas".  Conocía cada una de las frases, las miradas, era un constante tira y afloje, ya estaba al borde de perder serenidad.

 Estas otras chicas, eran expertas en otra técnica para manipular descaradamente al personal, amedrentándolo. Pero fue la que se sintió y terminó con todo, le ganaron la partida. Era sencillísima, se ejecutaba inmediatamente, no se perdía tiempo ni paciencia con la gente consistía en distraer sus propias limitaciones, haciendo bardo en otras partes, en otras personas. Exponer a gente buena, frente a jefes sin escrúpulos, a feroces y estúpidos escarmientos, y morirse de risa estruéndosamente ante la humillación ajena. 

Ahí, consiguieron hacer saltar a Isabella, que era lo que habían estado buscando hacía tiempo, desbancarla. Ella cayó en la trampa, se puso todo el latex que encontró, y se transformó en una gatúbela feroz, que termino por amenazarlas en la cocina del trabajo  por una situación doméstica de lo más estúpida pero repetida hasta el hartazgo. Ya sin miedos, cansada de hablarles con la tolerancia y la misericordia de San Francisco de Asís,  de sus burlas permanentes sobre personal de ella que se destacaba solo por su docilidad. Ante la ausencia absoluta de autoridad por el temor de los Jueces al moving laboral, la dulce, amable y femenina Isabella, se transformó en un demonio feroz, y se escuchó decir asimisma " A mi no me levantes el tono, a partir de ahora quiero la cocina como si fuera la de tu propia casa", respuesta : "Yo hago lo que quiero acá y en mi casa, vos quien te crees que sos para mandarme, yo no obedezco ni a mi mama", "Soy la prosecretaria de la sala no tu mama, y esta vez no te voy a permitir que te portes como una colegiala irrespetuosa", la servil gordita se empezó a reír, y fue ahí que Isabella, saco el costado hombruno que llevaba dentro, la miró furiosa y le dijo "Y a vos sino te dejás de joder, te voy a cagar bien a trompadas". 

Pasaron un par de días, y la que quedó mal fue Isabella que inmediatamente pidió hablar con los Jefes. La secretaria- otro monstruo, oculto detrás de una máscara de corderito- no la dejó y le anticipó que ya lo había hecho ella, que no había nada de que preocuparse, que ellos sabían bien de este grupo de golpistas.

 Al día siguiente, la llamaron, primorosamente, le dijeron con esas sonrisas de azafata prometiendo que el avión no se va a caer, que la relevaban del personal, aunque le mantenían su cargo (cosa que no podían sacarle, pero ellos pensaban que si), eso fue lo último que recuerda.

 En ese preciso momento, dejo de pelear contra el sistema se sintió paralizada, viendo pasar su vida como una  vieja película muda en blanco y negro. Sintió la sal de las lágrimas surcarle las mejillas arrebatadas de calor, se le aflojaron las piernas. No volvió, la llamaron pero no volvió. Tiene una licencia con la recomendación de una psiquiátra para distanciarse de sus tareas habituales por un tiempo. No entiende nada, se volvió huraña. Ahora sentada en el jardín enorme de la casa de su papa, solo espera recuperar alegría  y su propia confianza nada más. Tal vez logre volver, mientras tanto, la salvan dos nenas que apenas superan el metro y medio, y todas las noches le dejan una osa para dormir y un dibujo debajo de la puerta de su dormitorio como este que se ve acá ...






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Cuentos de Hadas suburbanas . Todos los derechos reservados. © /Desarrollo: Maira Gall / Ilustraciones: Lau Rolfo