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Y, ahora te tengo que dejar

29 mar 2021



 





Esas fueron mis palabras la última noche antes de que todo pasara. Hicieron de tu cuerpo cálido, perfumado, decidido, ligero, nido, y sosiego de madre, un escondite de roedores, lo ultrajaron con alambres adornados como si fueran tubos, sembraron vías ulcerando esa piel que por años cuidaste con el esmero de la mujer más coqueta y elegante que conocí. Te fueron cansando. Tu boca estaba seca, cuarteada. Te lastimaron, te quitaron los ojos, te sedaron para seguir colocando tubos. Te fueron apagando. Entonces aparecí, los asusté, -me acuerdo una vez que estando en un supermercado al que te acompañé, vos no entendiste algo, y preguntaste toda sonrisa y dulzura la misma cosa otra vez, y la mina de la caja te gritó, yo ya estaba casada, te toqué el brazo suavemente y me puse entre la cajera y vos, la miré con desprecio, y le dije que sino quería perder el laburo nos hiciera el favor, especialmente a ella misma, de contestarte como se debe hacer a una persona que es mayor y le está hablando bien, creo que se le cayó la bombacha a la tarada que de pronto te hablaba como si fueras una virgencita objeto de su devoción-bueno lo mismo hice en la terapia intensiva del maldito Otamendi Miroli, los médicos primero me prepotearon, solo una enfermera me dió su número, a cambio de algunas lecciones de Derecho, que justo estaba estudiando en la facultad de Morón, donde íbamos a dar clases con papa, y se comprometió a irme contando lo que realmente hacían cuando yo no estaba ahí.

 La única razón para temerle a los médicos especialmente a los de terapia, es toda la garra que ponen para matar a la gente, salir impunes consignando muerte por paro cardiorrespiratorio no traumático o ahora covid, entonces ante el aparente desconocimiento del tratamiento para esta nueva enfermedad, creen inocentemente que zafan de la responsabilidad, además de obtener más dinero de Obras Sociales y otros tongos que ni mi imaginación alcanza a recrear.

De todos modos, mamá no pude salvarte, y te mentí, porque no hacías otra cosa que sufrir, me alegro de haber estado con vos hasta el final, mi cara contra la tuya, mis brazos alrededor de tu cuerpo. Las noches que te leía trozos del libro que tenía entonces, la música que escuchaba de chiquita con vos y papa, cuando estaba todo bien. Recuerdo soles maravillosos, desayunos esperándome a la salida del Collegium Musicum. Las mañanas con Mercedes Sosa, o a María Elena Walsh cantando "Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy, por todo y a pesar de todo, mi amor, yo quiero vivir en vos" o a Joan Baez, Serrat, Facundo Cabral y tantos otros...

Te acordás cuando me perdí por seguirte ?. Creo que tenía cuatro o cinco años, teníamos una empleada doméstica, vos ibas de compras a la mañana porque a partir de las dos de la tarde te ibas a la escribanía, yo estaba desayunando y mirando dibujitos animados. Me preguntaste si te acompañaba, te conteste con mis dudas que no, quería ver el final, aunque lo supiera de memoria. Apenas cerraste la puerta, terminaron y me quise ir con vos. No sabía atarme las zapatillas, así que me las puse y le pedí a la señora que estaba baldeando si me las ataba. Caminé hasta la puerta y salí. No te veía por ninguna parte, pero eso no me amedrentó empecé a hacer el camino para llegar a la calesita, cruzando la plaza, y después hasta las vías, a esa altura no te voy a mentir, tenía miedo, porque no estabas en ningún lado, crucé y se me acercó un policía. Le conté que quería hacer las compras con vos pero me había perdido. De ahí solo recuerdo que estaba instalada sobre la mesa de atención al público de la comisaría, muerta de risa con los policías que me hacían cosquillas hasta que llegó papa. Después me contaron, que movilizaron a todos los vecinos, que los ayudaron a buscarme y que solo a papa se le ocurrió seguir el camino que hacían conmigo los fines de semana, cruzó el también las vías del tren y se encontró con el mismo policía que le confirmó donde estaba.

O cuando estabas aprendiendo a manejar, y el abuelo me decía que me tirara al piso detrás de los asientos porque lejos de Penélope Glamour eras un peligro al volante, hasta que dejaste de hacerlo, te lo impidió el psiquiatra por la medicación que tomabas, y alivió a Amelia que me esperaba con el corazón en la boca en casa, cuando el abuelo la llamaba para avisarle que habías salido.

Te acordás del kiosco de Ana María, de los verduleros que estaban al lado, los hermanos, él se llamaba Héctor, no me acuerdo ella. Ahí cuando teníamos siete u ocho años nos mandabas con Cuchi o con el abuelo a hacer las compras. Y Héctor y el abuelo la cargaban a cuchi, que ya le iba mal en el colegio con que siempre le quedaba la posibilidad de ayudarlos a ellos en la verdulería. Después íbamos mucho a la feria de nogoyá te acordás. Al carnicero, que hasta a mi de chiquita me parecía buen mozo, y a lo de las hermanas que vendían quesos y jamones. De todos te hacías amiga y te querían.

También me acuerdo que estábamos las dos mucho con el abuelo, porque la abuela había fallecido primero, y él la había sobrevivido tiempo récord. Me venía a buscar  al colegio, de hecho me enseñó a manejar, era tachero, pero de los primeros muy respetuoso, y muy prudente, me repetía una y otra vez que la clave de todo eran los espejos.

También pasó lo malo, perdí la cuenta de las veces que el mantel desaparecía de la mesa, los platos volaban y los vasos se estrellaban contra el piso en miles de pedazos, los gritos, los primeros sustos de Amelia que a su vez se anticipaba en ocasiones cuando se te metía en la cabeza cocinarnos vos en ese estado, y nos querías obligar a comer algo que estaba crudo. No se como hacía Amelia, pero cuando me ponías el plato, y después te dirigías a Cuchi, ella sacaba el bife de cuadril del mío, lo ponía otra vez a cocinar y para cuando habías dejado el de Cuchi, ella ya tenía cocinado el mío y colocado de nuevo en el plato sin que te dieras cuenta.

En ese momento yo no entendía nada, sabía que era algo que te pasaba, incluso me avivé que ocurría con los cambios de estación. De grande me iba a enterar de que se trataba todo. Amelia, ya grandes las dos, cuando iba a ayudarme con Agustina, me confesó que papa le había explicado e incluso le había dicho que era su decisión quedarse o no, y que ella nos vio tan chiquitas que no tuvo corazón para dejarnos.

Después apareció Juan Carlos, del almacén, que venía en persona a traernos a casa todo lo que le encargabas para nuestra merienda. A veces extraño ese mundo de casa de pinos y tremendo jardín, lleno de libros y flores,  cuando todo estaba bien y vos te sentabas con Amelia a diagramar el menú de toda la semana, organizabas y llevabas la casa adelante, cuidabas al abuelo, a nosotras, y después tenías que cargar sola con Gladys la escribanía. Sin embargo la gente te quería mucho, y cuando te brotabas los primeros en avisarle a Amelia eran los verduleros, a veces Ana María la del kiosko...

Papa no quería al abuelo, decía que rompía mucho las pelotas y que para la época te había exigido estudiar y hacer un montón de cosas, que no era común que hicieran las otras chicas de tu edad, sin embargo, en ese sentido él no se quedaba atrás en sus exigencias, y sin culpa con sus amantes a cuestas, pero eso es cosa de ustedes, ya ajustarán cuentas donde sea que estén o se habrán perdonado todo porque María Laura esta con ustedes. Pienso que se merecen ese derroche de amor, bastante había que romperse el orto en la época que les tocó ser padres, no había tiempo para la frivolidad.

Siempre te adoré mama, a pesar de todo lo que no entendía, a vos y a tus papas mis abuelos. Siempre me quedará el desconsuelo de la vez que el abuelo ya solo, después de almorzar juntos, se quedaba en casa haciéndome compañía mientras yo estudiaba como un animal porque quería ser abanderada, y me disculpaba diciéndole que si quería volviera a su casa porque yo no le podía dar bola tenía que estudiar. Se negaba rotundamente y se iba cuando quería. Una tarde antes de irse me dijo que le dolía el brazo izquierdo, el nunca se quejaba de nada, me pareció raro, insistí para que se quedara hasta que volvieras. Era cabeza dura como vos y yo, al final se fue, pero yo me quedé medio preocupada. Vos lo llamabas todos los días, cuando lo hiciste al día siguiente no contestó, no vino a buscarme ni a almorzar. Te escuché llamar a papa. Después saliste corriendo. Creo que papa se encargó de todo, porque vos volviste enseguida, te acostaste y yo tenía el cumple de Ileana. Llorabas mucho y no se cómo lograste decirme que el abuelo había muerto, me acosté con vos hasta que te dormiste. El teléfono no dejaba de sonar, era Ile, "no voy a poder ir falleció mi abuelo" conteste llorando. Volvi a la cama y me acosté con vos hasta que yo también me dormí. Gracias por todo mama, por lo bueno y lo malo. Papa siempre que yo le gritaba que algo no era justo, no sabia como explicarme que la vida es así. Sé que más de lo que hicieron por nosotras no pudieron hacer. El también la paso mal y también le agradezco lo bueno y lo malo que me dejó. Ahora me toca a mi salir de mi papel de hija con la certeza de saber quien soy y que quiero. Es más "Que puedo" y así como ustedes, yo también me voy a ir a empezar mi vida de nuevo en otra parte. Nadie es perfecto, por eso el lápiz tiene borrador. Todos los días me interesa algo diferente y lo aprendo. Me falta envejecer con un hombre de buen corazón que me sepa querer y cuidar. Y por último, ustedes no lo saben pero siempre van a formar parte de mis instantes favoritos.


Las visitas, primera parte

5 mar 2021



 Son casi las siete de la tarde, normalmente llego a eso de las cinco. Ya me conocen, desecharon la actitud autoritaria más propia de algún nazi, que de quienes trabajan en un sanatorio. Eso si, tengo que fichar : sin fiebre y habitación señorita ?, esto último se lo agradezco al bozal que llevo puesto, levanto la tarjeta, anotan "Guerrero Luisa", habitación 122 de terapia intensiva. Sabe como llegar no ?. Si, si gracias, respondo con la seguridad de quien ya dio sus primeros pasos. Giro en redondo, a mitad de pasillo subo un escalinata, paso los ascensores, llego a la confitería-sala de espera.

A veces me toca él, extraño, bizarro, me desubica como personal de un lugar como ese. "Venis a ver a Luisa no ?", un leve cabeceo le responde. Espera, que llamo, pregunto si está todo tranquilo y podés pasar. En la confitería hay un teléfono de línea, en lugar de usar el de su anónimo escritorio, se va y de paso sigue hablando, su interlocutor ahora, es el cocinero. Empiezo a sacar el celu, llego siempre con poca batería. Apenas me siento, se me acerca y me dice "Proba vos llamar al interno 4058, a mi no me atiende nadie, ah, sabés que yo hacía de esas remeras, como la que tenes puesta, asi muy de los años 60´, dice que el me enseña la técnica de cuando era hippie ? (el tie-dye que rescató janis joplin ?), y claro que estoy usando algo parecido pero más comercial.


Entonces, en automático me recuerdo como secretaria privada, relatora de camarista pasando llamadas, buscando internos. En minutos me atienden, vuelvo a explicar, "Si pase señora, está todo bien".


Camino rápido, hay seis habitaciones, todas ocupadas, hay una especie de silencio pero con cierta sonoridad, como cuando el agua fluye. Entro, tiro la cartera y la campera de jean, hace frío acá, y de la nada se me ocurre pensar que todos los que están en ese lugar tienen una patita acá y otra allá, si es que hay un allá. Me siento, la miro, le tomo la mano y lloro un rato, siempre el mismo ritual. Al final me tranquilizo un poco, le paso crema, me saco el barbijo y pongo mi cara contra la de ella, le doy un beso o dos. Le hablo, la acaricio. Sigue inconciente desde la traqueotomía. Mi papá siempre decía que aferrarse a lo cotidiano en los malos momentos, es lo único que contiene las emociones. Entonces me acostumbro, a la serenata que en la habitación se ha transformado en una banda que solo toca percusión. Y suena el aparato que la ayuda a respirar, respirando literalmente, detrás se siente un agudo que proviene de una máquina con dos puntitos verdes que titilan, a eso lo acompañan los tubos que se extienden y vuelven a su lugar, es un sonido a plástico que se estira, y a continuación la cinta que los mantiene sujetos a ella como si fuera una lija.


Entró como una leona, y la veo apagarse, sino fuera por el respirador, la traqueotomía, y demás contingencias que sigue atravesando, me tomaría de la inconciencia que no tengo contenida y la devolvería a su casa. Es mi mamá, quiero que siga acá como siempre, escuchando e intentando apagar los incendios de mi vida desde que falleció mi papá. Ese es el otro tema, no quiero dejar de ser hija. A veces me da pavor una escara que se atreve a dejar que se vea un trocito de pierna en carne viva, ya no tiene tantos moretones, pero si miles de vías. Está absolutamente conectada "a la matrix", si como la de la trilogía de ciencia ficción donde Keanu Reeves -Neo- aliado a los insurgentes de turno intenta terminar con el poder que las máquinas tienen ahora sobre cuerpo y mente de los humanos. Pero intuyo que nuestro protagonista no puede hacer nada para que Smith, desista de infectar la matrix con virus.


Con lo coqueta que es, si llega a despertar con una traqueotomía de la que ni se enteró, "Depredador vs Alien" van a quedar así de chiquitos. Esta en un lugar copetudo, pero nunca fue como esas viejas pelo de cocker. La gente la adora, por su dulzura y corazón gigante. Entonces a veces le miento, le digo que abandone, que deje de esforzarse por ayudar a todos, que al final, no solo conoció a sus nietas y viajó a Disney, tuvo la yapa de recorrer los paises más lindos del mundo, vernos crecer a nosotras, y me salen más mentiras porque esta vez es mi mamá y no puedo imaginarme sin ella. Vuelvo a casa destrozada, no quiero dejar de hacer el papel de hija.  Tachen la generala doble y que los padres no se mueran nunca...



Cuentos de Hadas suburbanas . Todos los derechos reservados. © /Desarrollo: Maira Gall / Ilustraciones: Lau Rolfo