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Todo cambia

22 feb 2021


 


Toda esta obsesión recrudeció cuando perdí los sillones y el resto de la planta baja de la casa, para consentir los caprichos de una bretona de profundos ojos claros. Entonces no sabía lo que sé ahora de mi. Dejo avanzar gente y animales, no defiendo mi castillo,  no ocupo mi lugar dentro de mi propia casa. Pague horas de psicóloga para enterarme por Lupe, la entrenadora de perros, a los 44 años, en la playa y por un amigo ex pizzero,  quien me enseñó que a veces es mejor no contestar rápido, también puedo decir "dejame pensarlo" o refunfuñar un "No", con algún adjetivo calificativo, ni siquiera debería molestarme en  un microrrelato explicativo sobre la razón de mi negativa. Es más, en la era del celular un whatsapp de dos palabras lo soluciona todo, es que la ligereza es tal que nadie leería o escucharía un audio de 10 minutos, de hecho, los libros son cada vez más finitos, por eso de que ya la tierra dominada por millennials demostró que ninguno de ellos estaría dispuesto ni siquiera de vacaciones, a desparramarse con un tarugo del pobre Sidney Sheldon (salvo algún que otro señor de avanzada edad).

 Antes de este sabiondo retiro espiritual aprendido por defecto, como dicen ahora (?) de feria de verano en el trabajo, me comporté como una desequilibrada. Empecé a comprar mecedoras compulsivamente, muy cálidas ( bien nórdicas), o demasiado modernas. Cambie de lugar, varias veces todo lo que quedaba de los muebles. Compré más libros que nunca. Una especie de puff de rattan que no pega con nada, un corazón de lana color lila, y finalmente toque fondo cuando se me empezó a caer la baba y se me dieron vuelta los ojos de codicia cuando entré a un negocio en MDQ, y vi una tabla vieja de lavar la ropa, transformada en un objeto único, con una intervención no menor a las de Milo Lockett en las sábanas de Arredo, como accesorio de cocina, con pajaritos llenos de color, un estante y mil ganchos para colgar repasadores (ojo Amelia me había dicho que necesitábamos algo para colgar repasadores y evitar que Margarita se los robara). Si, claro, la compre. Ah también me traje una reposera para tomar sol en el patio que construí con ayuda de mi hermana, y un juego de sábanas precioso ( porque Amelia - kalinda, insistía con lo de la falta de sabanas- desde que Marcelo se fue. Ella cree que el se llevo algunas).

Apenas atravesé, la puerta de casa, colgué desesperada la tabla con el estantecito y busqué repasadores de los más lindos, planté la reposera en el patio, hice mi cama con el juego de sábanas nuevo, y perfumé todo el lugar con una fragancia que adquirí en una conocida casa de ropa. Ahí nomás, me di cuenta, que el efecto, "droga alucinógena", pegaba fuerte, pero se iba rápido. Constaté que la tragedia volvía a su lugar en mi cuerpo. Y el lóbulo frontal arrancaba de nuevo para recordarme, que tengo una caldera rota, y quedé en comprarla ahora en el verano, con la idea de que sale más barata para tener calefacción en invierno. Tengo que pensar sobre el abono del garage debajo de plaza lavalle, no se si me conviene moverme todos los días al centro con la camioneta. Abaratar costos. Castrar a Margarita, pagar la operación, pagar el prequirúrgico por sus problemas de corazón a un grande de la cardiología perruna. Soñar con que Agus no tiene más epilepsia, ni un quiste de 4 cm en el ovario. Quiero decir, tapo con frivolidades cosas de verdad importantes.

Que todo eso es tan fácil de hacer como comprar la tabla de lavar ropa colgada en la pared de mi cocina, con la bolsa de pan sobre un extremo para que se vea bien la pintura de los pájaros de colores y lo último que escribió quien me la vendió, en el minúsculo pizarrón que hay en el centro : pan, huevos, harina y un corazón, igualito al que acaba de estremecérseme para confirmar que la frivolidad es demasiado fugaz como entretenimiento, no para todos, solo para mi.

Eso si, les conté lo de la reposera no ? Ahora estoy desparramada ahí leyendo un clásico de Ana María Shua : "Los amores de Laurita". Ya no me acuerdo de que les hablaba, pero ahora sé con toda exactitud que si leen la revista "Hola" y una pareja de años abre las puertas de su estancia en Córdoba es la previa a la separación...

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Cuentos de Hadas suburbanas . Todos los derechos reservados. © /Desarrollo: Maira Gall / Ilustraciones: Lau Rolfo